viernes, 25 de marzo de 2011

A qué huele la pus


Hoy me he reventado un grano perfecto, sublime, precioso. Antes de que emergiera el capullo blanquecino que le otorga su definitiva forma de grano yo ya sabía que el grano estaba ahí. La minúscula área de piel enrojecida  junto con el dolor punzante y diminuto que sentía al acariciarlo lo delataban. Se escondía, pero en el fondo quería salir. He sido adolescente por lo que entiendo algo de granos y espinillas y os aseguro que el grano del que hablo era muy bonito.  En principio, cuando ya predecía su naturaleza, dudé un tiempo. ¿Lo dejo, espero a que crezca  solo y luego lo estallo o voy vaciándolo ya? Si lo vacío ya, en su más tierna infancia, a buen seguro la inapreciable infección que produzca hará que dentro de un par de días se manifieste algo parecido a un grano sobre el cráter ausente en el que nació el primero, que no será ya grasa subcutánea sino pus.  Pero si espero a que asome, a que salude al aire con su cúpula azucena y tersa, luego cuando vaya a estallarlo no reventará del todo. Rebosará el pellejo ya cansado de albergarlo y la grasa caerá como el agua de un pantano en año de bonanza, lentamente y empujada por la inercia natural. Tan solo con tocarlo se vendrá solo abajo, se romperá la piel de puro agotamiento, se deshará en un movimiento sencillo, como si fuera de fragilísima seda...Es decir, nada espectacular.

La disyuntiva en que me hallaba me llevó a la siguiente decisión: Esperaría unas horas, cinco o seis a lo sumo, de manera que no tuviera que esforzarme en esquilmar el hoyo pero tampoco dejarlo que se explote solo.  ¿Cómo saber cuándo sería el momento? Me lo diría el tacto y después la vista.
¡Se me hizo tan largo el día! Yo tanteaba la piel cada minuto, el dolor no remitía, tampoco aumentaba, pero iba tornando superficial. Ya no venía de las entrañas de la hipodermis sino que iba escalando paulatinamente hasta la dermis misma, y yo reconocía su esfuerzo y le decía mentalmente “venga campeón, un poco más” y él me hacía caso porque era mío. No sé si me adelanté al tiempo acordado pero aún guardo la imagen que me condujo a la batalla, una parcela de epidermis color fresa desde la que se vislumbraba ya el magma rutilante y denso que la empujaba. Esa parcela ya estaba elevada sobre el resto de la piel, de manera que al pasear el dedo por ella se notaba la protuberancia y la puntillita en su cénit. Estaba rodeado de personas pero no podía esperar más.  
Tan solo con la mano derecha, concretamente con los dedos índice y pulgar, fabriqué una pinza como el que monta un rifle y la probé lanzando pinzamientos al aire, tanteé la zona accidentada con ambos dedos intentando insuflar la misma fuerza en todo lo largo de la circunferencia para que el grano no estallase descompasado, hundí los dedos hasta lo más hondo que pude para generar la explosión que deseaba, y ya todo perfectamente ordenado inyecté todos los kilojulios que mis músculos permitieron en lo más profundo de la protuberancia. ¡Qué exitazo!  ¡El magma blanco ascendió casi hacia el techo y en todas direcciones, produjo en la pantalla del ordenador inenarrables arcoíris, me mojó un párpado y goteó sobre el brazo del internauta contiguo! El internauta miró de forma subrepticia pero un solo instante; creyó que era el clásico perdigón de saliva. ¡Ah, ingenuo de él, que nunca conocerá el maravilloso proceso del que fue testigo!


Si alguien lo ha leído le pido perdón públicamente. No volveré a hacerlo más. Lo siento mamá. 

3 comentarios:

  1. Jajaja, superonubitatram te veo inspirado estos ultimos dias. Eso es muy bueno, me alegro por ti y espero que sigas asi. Sabes qué? El viaje a cuba te dará también pa mucho. un besito!

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  2. Angelilla, tú sabes que tan sólo me separa una persona de tu primo pedro en este vasto mundo? Es decir, que casi lo conozco. Qué maravilla.

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  3. Asqueroso, tierno y gracioso, buen menú.
    Un saludo VIP

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